UNA VICTIMA SIN RECONOCIMIENTO

El bombardeo del día 3 de diciembre de 1938 en Mataro fue uno de los más importantes de la Guerra Civil. A la mataronense Paquita Pla Bosch, ese bombardeo le condiciono toda su vida. El bombardeo afecto unas industrias textiles, una serradora de la calle Lepanto y algunas casas particulares. El objetivo era la destrucción de la fundición Roure, de la calle Gravina, que fabricaba material de guerra, la cual no fue alcanzada. En cambio, resultaron heridas ocho personas. Entre ellas, Paquita, que perdió su pierna. Y a pesar de eso, nunca pudo ser considerada victima de guerra.

Paquita Pla Bosch, ahora tiene 88 años, recuerda como lo vivió: “aquella mañana en la plaza de Cuba ya se rumoreaba que Queipo de Llano había dicho por radio que bombardearían la zona. No recuerdo las sirenas, yo venia de la estación e iba a casa y justo cuando estaba en la calle de Sant Agusti, escuche el silbido de una bomba y me tire al suelo”, explica y continúa: “cuando abrí los ojos vi un trozo de metralla pero no sentí ningún dolor y no creía que me hubiera pasado nada. Al levantarme y querer apoyar el brazo me di cuenta que estaba herido y me faltaba la pierna. Toda la parte izquierda de mi cuerpo había quedado afectada”. Pla fue atendida, como el resto de heridos, en la Clínica de la Alianza. El día 15 de diciembre, el presidente de la Republica visito la Clínica mataronense. A Paquita le aseguraron que le facilitarían una pierna ortopédica antes de trasladarla al Hospital Militar num. 1 de Vallcarca. Allí, los médicos solo tuvieron tiempo para salvarle el brazo. Al cabo de un mes, con la entrada de los Nacionales en Barcelona, el hospital fue evacuado y Paquita, siempre acompañada de su hermana Enriqueta, fue trasladada al municipio de Gerona.

Los bombardeos en Gerona también obligaron a evacuarlas en un camión de la FAI. A través de uno de los heridos supo que corría el rumor que ella era una protegida de Negrín. Las hermanas Pla Bosch llegaron a la fortaleza de Le Perthus y mas tarde fueron trasladadas a Persignan. Desde allí, Paquita continuo hacia un pueblecito entre Carcassona y Narbona. En marzo de 1939, Paquita tuvo noticias de sus padres y les pudo explicar su situación en el exilio. Sus padres pidieron ayuda al alcalde de ese momento, Joan Brufau, que consiguió que Paquita y su hermana Enriqueta pudieran volver juntas. El tren las llevo hasta Hendaia: “Cuando llegamos todos eran militares y boinas rojas”, recuerda Pla, que explica que en Hondarribia las hicieron declarar. Después cogieron un tren de carga, donde iban sentadas en el suelo y en el cual se mojaban con el agua de la lluvia, y viajaron durante tres días en esas condiciones: “cuando llegamos íbamos sucias, dábamos pena”. En Barcelona, la recogieron en un camión y las llevaron al castillo de Montjuic: “era un pabellón enorme, no nos podíamos mover, dormíamos unos encima de otros en el suelo, había piojos y mucha suciedad”, recuerda. Finalmente, se reencontraron con sus padres y volvieron a casa.

El alcalde Brufau se ofreció a pagarle a Paquita la pierna ortopédica que no se había podido poner estando en el exilio. Brufau impulso una recogida de dinero a escala ciudadana. Se pudieron recoger 500 pesetas, pero la pierna valía 700. La diferencia la asumió el Ayuntamiento, que le ingreso el dinero en la Caixa d’Estalvis. Paquita estuvo siempre muy agradecida a Brufau con quien guardo una buena amistad.

A pesar de las ayudas recibidas del Ayuntamiento, durante la dictadura Paquita Pla Bosch nunca llego a ser considerada herida de guerra y no cobro nunca pensión. Con la llegada de la democracia, el consistorio la aviso para arreglar los papeles como mutilada de guerra. Pero en la Clínica la Alianza no le hicieron el certificado. Al cabo de un tiempo la petición fue denegada y la perdida de su pierna se continuaba considerando un accidente. Hasta hoy, Paquita Pla Bosch no ha conseguido el apoyo de ninguna administración.

Extraído del semanario gratuito: CAP GROS num. 974

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